Lectio Divina Dominical II de Pascua Ciclo C

«¡Hemos visto al Señor!»

Hno. Ricardo Grzona, frp
María Verónica Talamé, frp

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PRIMERA LECTURA: Hechos de los Apóstoles 5, 12-16
SALMO RESPONSORIAL: Salmo 118(117), 2-4.22-24.24-27a
SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 1, 9-11a.12-13.17-19

Invocación al Espíritu Santo:

Ven Espíritu Santo,
Ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias.
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad
para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo.
Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros.

Amén

TEXTO BÍBLICOJuan 20, 19-31

19 En ese mismo día, el primer día de la semana, el domingo, cuando llegó la noche, los discípulos de Jesús estaban reunidos en un lugar con las puertas cerradas, porque tenían miedo de los líderes judíos. Entonces Jesús vino, se paró en el medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”

20 Después de haberles dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos estaban muy felices de ver al Señor. 21 Entonces Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Así como el Padre me envió, yo también los envío”.

22 Habiendo dio esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. 23 Si perdonan los pecados de alguien, esos pecados le son perdonados; pero si no los perdonan, esos pecados no serán perdonados”.

24 Resulta que Tomás, uno de los doce, que se llamaba “el Gemelo”, no estaba con ellos cuando Jesús llegó. 25 Entonces los otros discípulos le dijeron a Tomás: “¡Hemos visto al Señor!”

Él les dijo: “Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no toco con mi dedo en el lugar de los clavos y pongo mi mano sobre su costado, ¡no lo creeré!”

26 Después de una semana, los discípulos de Jesús estaban reunidos nuevamente allí con las puertas cerradas, y Tomás estaba con ellos. Jesús vino, se paró entre ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”

27 Entonces Jesús le dijo a Tomás: “Coloca aquí tu dedo y mira mis manos; coloca aquí tu mano y métela en mi costado. ¡Deja de dudar, sino más bien cree!

28 Tomas exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!”

29 Jesús le dijo: “¿Creíste porque me has visto?¡Felices los que no vieron, pero creyeron!”

30 Jesús hizo muchas otras señales delante de sus discípulos que no están escritas en este libro. 31 Pero estas cosas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y de esta manera, creyendo, puedan tener vida a través de su nombre”.

TRADUCCIÓN DEL NUEVO EVANGELIZADOR

1.- LECTURA: ¿Qué dice el texto?

Estudio Bíblico.

El capítulo 20 de Juan, después de darle santa sepultura a Jesús, nos describe lo sucedido “el primer día de la semana”. Al alba, muy temprano, María Magdalena que visita el sepulcro y al ver la piedra corrida busca a Pedro y al discípulo amado a fin de darles la noticia de que el Señor no estaba en la tumba. Mientras ellos entraron, ella “afuera” lloraba (20,11-15). Sólo después de escuchar pronunciar su nombre reconoce a Jesús resucitado, y va a anunciarles al resto de los Discípulos lo que había sucedido (20,16-18).

Al atardecer de ese mismo día”, luego de consolar a María Magdalena, el Señor llega al lugar donde estaban sus Discípulos. Y el evangelista nos da un detalle externo “estando cerradas las puertas” pero como signo de otra cerrazón mucho más profunda e interna: aquella de los Discípulos encerrados en sí mismos “por el temor a los judíos”. Pero inmediatamente, Juan resalta, por el contrario, la fuerza del gesto realizado por Jesús: “se puso de pie en medio de ellos”. Por un lado ellos atrincherados en una habitación cerrada y a oscuras (para no ser descubiertos por el enemigo) y, por el otro lado, la libertad del que ya nada ni nadie puede detener. Con expresiones gráficas el evangelista nos narra la situación lamentable de los discípulos y la fuerza del estar parado del Resucitado. “Al atardecer” (casi noche), “con las puertas cerradas”, “llenos de miedo” grafican la noche y la cerrazón de los Diez como signo de las tinieblas y de las dudas de fe que estaban atravesando. Pero menos mal que el Resucitado, por su Poder y Señorío, atraviesa puertas, vence temores y se para en medio de la comunidad, saludándolos y donándoles su paz y su Espíritu.

Con su venida, Jesús no sólo está consolando, desatando y liberando a los Discípulos sino que también está confirmando la veracidad de su Palabra y dando cumplimiento a tantas promesas pronunciadas días antes. El lector (u oyente) de Juan, no puede sino recordar que Jesús había dicho: “no los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18) y, ahora, es el mismo Jesús en persona quien se “está presentando en medio de ellos (Jn 20,19). Jesús los había prevenido: “dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán…” (Jn 14,19); advertencia que volvió a repetir una segunda vez: “dentro de poco, ya no me verán, y poco después me volverán a ver” (Jn 16,16 y 19b); sin embargo, ellos no entendían (Jn 16,17-18). Llegó el momento de salir del encierro y de la incomprensión. Por eso, una vez que constataron que se trataba del mismo que habían crucificado, el evangelista afirma: “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,20). Jesús les había anticipado: “Yo me voy al Padre” (Jn 14,12), destino que horas antes -cuando se deja ver por la Magdalena-, tampoco olvida de ratificar: “ve a decir a mis hermanos: «subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes»” (Jn 20,17). Pero como si todas estas promesas cumplidas fueran pocas, el texto de hoy, también da cumplimiento a  otra de ellas. Jesús ya les había anunciado el envío del Espíritu (Jn 14,26; 15,26; 16,7) y con Él, la paz verdadera, la paz que sólo se encuentra “en Él” (Jn 16,33). He aquí, el punto culminante del texto de este 2º Domingo de Pascua: “Jesús les dijo: «la paz esté con ustedes…» (v.19), «la paz esté con ustedes…» (v.21) y al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «reciban el Espíritu Santo…»” (Jn 20,22). Ahora sí, bien podríamos afirmar que todas sus promesas ya están cumplidas.

El primer significado del término “paz” es, sin dudas, como se usa hasta el día de hoy entre los judíos, el del contenido del saludo hebreo: “Shalom Aleijem” (“Paz a ustedes”). Jesús, aunque irrumpe sin previo aviso, empieza por saludarlos. Sin embargo, en un segundo nivel, el evangelista quiere darnos un mensaje mucho más significativo. En el Antiguo Testamento, Shalom es un término muy rico: significa la totalidad de bienes. No solamente ausencia de guerra o de conflictos. Shalom es paz, prosperidad, equilibrio, fecundidad, armonía, serenidad, integridad de bienes… Dar “paz” es dar todo lo bueno que tiene Dios y que quiere dar a los hombres. Ahora, llegada la plenitud de los tiempos, Dios da todo lo suyo, entrega a su propio Hijo (cfr. Gal 4,4). Por lo tanto, en este caso y tal como lo afirma Pablo: “Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14), bien podríamos interpretar: “Yo a ustedes”.

Sin embargo, ni la paz, ni la prosperidad, ni la armonía, ni la plenitud de bienes… ni nada sería posible si no fuera porque Jesús, en ese mismo día tan intenso y tan lleno de dones (desde la madrugada con la Magdalena hasta el atardecer con sus Discípulos) “sopló sobre ellos” y les dio su “Espíritu Santo”. Sin esta fuerza de lo alto, no se concibe nada. Soplar es comunicar la respiración que testifica la vida. Jesús está comunicando su propia vitalidad: la vitalidad del resucitado. El Espíritu se entiende, entonces, como el don que viene de Jesús Resucitado y que nos va a hacer posible el ser cristiano y toda acción misionera, no antes sin exorcizar miedos, restaurar y consolar interiormente.

Por eso, “mientras les decía esto, les mostró sus manos y su costado”, es decir, aquellos signos que corroboraban que el Resucitado es el mismo que el Crucificado y “los Discípulos se llenaron de alegría”. Ver a Jesús y recibir esta efusión de lo alto, les cambió el ánimo. Los que estaban encerrados “por temor” ahora “se llenaron de alegría”.

Y fue entonces cuando Jesús les hizo un nuevo regalo: los capacitó para la misión. “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Ahora sí están en condiciones de “salir” del lugar donde estaban cerradas las puertas para ir a la misión. Desde esa donación de Sí mismo a cada uno de los allí reunidos, desde esa plenitud de bienes que Jesús les ofrece, desde ese soplo lleno de Espíritu Santo, los capacitó para compartir con otros que el Crucificado está vivo. Pero antes de ir a la misma misión que Él había recibido del Padre, les dona la capacidad de perdonar o retener pecados. Para ser misionero, es decir, para ser enviado a ser otro Cristo, es necesario recibir el Espíritu Santo y abrirse a administrar el don del perdón. Los enviará a consolar al afligido, a anunciar la Buena Nueva, a liberar al oprimido, a sanar enfermos, a dar vida y vida en abundancia… pero antes, los rebalsa del mismo Espíritu que lo acompañó a Él, desde su gestación hasta su vida de Resucitado.

Este saludo unido a este soplo tan especial son una invitación, pues, a recibir el “Pentecostés” que viene a ser como una especie de trasplante de la vitalidad, del amor, de la iniciativa de bien, de la fuerza misionera del Resucitado como asimismo de su capacidad de perdonar.

Lamentablemente para “el mellizo” (¿o afortunadamente para nosotros destinatarios de la dicha final?), sólo Dios sabe por qué razón, ese día tan pleno de bienes, Tomás no estaba en la comunidad y sólo recibió la noticia de la visita del Señor por mediación de “los otros discípulos” que le contaron: “¡Hemos visto al Señor!”. Era el primer anuncio del Resucitado que hacían los recientemente enviados y llenos del Espíritu. Pero quizás, también tendríamos que decir, su primera desilusión. Porque Tomás, uno de ellos, no creyó. ¿Habría fallado el modo o el método del anuncio? ¿Habría fallado el contenido del anuncio? ¿No habrían recibido suficiente Espíritu Santo los Evangelizadores? Podríamos seguir haciéndole preguntas de este tipo al texto pero sin saber exactamente la respuesta. Lo cierto es que Tomás, como aquellas puertas del lugar en donde estaban reunidos los Diez, se cerró a la fe. Por definición, la fe es la plena certeza de las realidades que no se ven” (Heb 11,1b). Creer es asentir sin evidencia. Por lo tanto, la condición que pone Tomás: “si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”, es una clara opción de no querer creer como asimismo, una clara lección de que recibir el mensaje no depende solamente del que lo lleva.

Sin embargo, “ocho días más tarde” se vuelve a repetir la situación, relatada mucho más sobriamente por el evangelista, pero con la única diferencia de que ahora “Tomás estaba con ellos”. Jesús vuelve a saludarlos y a comunicarles su Paz e inmediatamente llama a Tomás a constatar -tal como él quería- las evidencias del Resucitado: “trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.

El relato no dice si Tomas llegó a introducir o no el dedo en las llagas para cerciorarse, pero parece que el Señor lo exceptúa: “Ahora crees, porque me has visto”. Tomás fue reprochado, no porque el ver para creer sea malo, sino por haber rechazado el testimonio de los otros apóstoles que vieron antes. Para creer hay que verlo directamente, como los Discípulos, o indirectamente, como nosotros, que nos apoyamos en el ver y en la predicación de los Discípulos. La fe es un don de Dios, pero tiene también sus bases humanas, como pueden ser, por ejemplo, el estudio o el testimonio de los testigos. Este Evangelio nos enseña una lección de fe y, nos invita a no esperar signos visibles para creer.

La evidencia de la presencia de Cristo seguro deshizo la obstinación de Tomás que respondió con un credo tan extraordinario que logró permanecer hasta nuestros días como memorial y fórmula de fe privada, reservado para el momento de la elevación de los signos eucarísticos de la Misa: “Señor mío y Dios mío”. Estamos ante uno de los más exquisitos reconocimientos de la divinidad del Resucitado que presentan los Evangelios.

Ante tan impactante respuesta, Jesús no quedó callado y parece hasta querer “redoblar la apuesta”. Deja para quienes venimos detrás de Tomás todo un legado que es un verdadero plan de acción, pero en forma de bienaventuranza: “Felices los que creen sin haber visto”. Sin tener en cuenta el Capítulo 21 de Juan, que con mucha probabilidad se trataría de un agregado posterior, estamos ante las últimas palabras de Jesús del Cuarto Evangelio. Estamos frente a un gran desafío: el desafío de creer.

El texto nos muestra el itinerario completo de las condiciones necesarias para que la evangelización obtenga su cometido y de frutos. Parece que no sólo basta que Jesús salude y done su Paz – Espíritu Santo a los futuros enviados o evangelizadores (que sin Él permanecen temerosos e inoperantes encerrados en un lugar oscuro). El texto también revela la necesidad de que sea el mismo Jesús quien irrumpa en la vida del futuro evangelizado para que el anuncio sea creído y asumido con fe.

Reconstruimos el texto:

  1. Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, ¿Por qué estaban los discípulos con las puertas bien cerradas?
  2. ¿Quién llegó con los discípulos?, ¿Qué hizo?, ¿Qué les dijo?, ¿Qué les mostró?
  3. ¿Qué les volvió a decir?
  4. ¿Qué les dijo acerca de los pecados?
  5. Los discípulos, ¿Qué le dijeron a Tomás? Y el ¿Qué les contesto?
  6.  A los 8 días, ¿Qué sucedió?
  7. ¿Cuál es el dialogo entre Jesús y Tomás?
  8. ¿Qué otras cosas no están relatadas en este libro?

2.- MEDITACIÓN: ¿Qué me o nos dice Dios en el texto?

Hagámonos unas preguntas para profundizar más en esta Palabra de Salvación:

  1. Suponiendo en ambos casos la condición de Discípulo, hoy se puede estar en la situación de los Diez: “al atardecer… encerrado y temeroso” y necesitar recibir el soplo del Resucitado que dona su Espíritu Santo para enviar a la misión y capacitar al perdón. Pero también se puede estar en la condición de Tomás, otro de los Discípulo (¿alejado de la comunidad? o ¿reunido con el resto?), pero con condicionamientos para creer o cerrado a creer por falta de evidencias y, por lo tanto, igualmente necesitado de recibir la visita del Resucitado y la plenitud de su Espíritu. ¿Cuál es tu situación hoy y ahora?
  2. “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen…” (v.23a) ¡Qué gran misión! ¿A quién te invita hoy el Señor a perdonar?
  3. El contenido básico de la Buena Noticia en este texto es hoy “hemos visto al Señor”. La fe comienza por “ver” las señales del Resucitado en los mismos seres humanos y en la realidad en que vivimos. Podemos verlo, por ejemplo, en las llagas de los que sufren. ¿Dónde más podemos decir hoy que “vemos al Señor” o “dónde más podemos encontrarlo”? ¿Podemos hacer algo para “verlo” mejor?
  4. No es difícil imaginarse la emoción y el agradecimiento de Tomás ante semejante gesto amoroso de Jesús que terminó cumpliendo sus deseos pero, tal vez, al mismo tiempo, también debió haberse entristecido por haber dudado de su Dios y Señor. ¿Cuáles se te ocurren que fueron las emociones o sentimientos de Jesús y de los otros Discípulos? ¿Con cuál de todos estos afectos te identificas en este momento de tu vida?

3.- ORACIÓN: ¿Qué le digo o decimos a Dios?

Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor. 

Sólo desde la fe se puede aceptar la revelación de que Jesús resucitó y está vivo entre nosotros. Y como la fe, antes que tarea, es don, pidamos al Señor que nos la renueve y nos la aumente para nosotros como para las personas a quien Dios nos ponga en nuestro camino evangelizador. El texto nos invita a pedir:

“Señor, aumenta mi fe”; pero también: “Señor, aumenta la fe de aquellos a quienes nos pides que vayamos a llevar la buena noticia de “haber visto al Señor”. En pocas palabras, a cada intención espontánea podríamos orar: “Señor, aumenta nuestra fe y la de ellos”.

Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor. Hoy damos gracias por su resurrección y porque nos llena de alegría.  Añadimos nuestras intenciones de oración.

Amén

4.- CONTEMPLACIÓN: ¿Cómo interiorizo o interiorizamos la Palabra de Dios?

Para el momento de la contemplación podemos repetir varias veces este versículo  del  Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón.

Repetimos varias veces esta frase del Evangelio para que vaya entrando a nuestro corazón:

«¡Hemos visto al Señor!»
(Versículo 25)

Señor, aumenta nuestra fe.

Y así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.

5.- ACCIÓN: ¿A qué me o nos comprometemos con Dios?

Debe haber un cambio notable en mi vida. Si no cambio, entonces, pues no soy un verdadero cristiano.

Si estoy solo o en grupo, Pensemos en nombres de personas concretas que nos parezca necesitan fortalecer su fe, ya sea que estén “lejos de la comunidad” o que “estando en medio de ella”, precisen un nuevo Pentecostés, e intercedamos por ellas rezando un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria por sus necesidades e intenciones.

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