Lectio Divina
Lunes, 8 de diciembre de 2025
Lunes I Semana de Adviento Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Nicolás Reynoso de Argentina ✍🏻🇦🇷
Invocamos al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu Creador
y renueva la faz de la tierra
Oh Dios,
que has iluminado los corazones de tus hijos
con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a sus inspiraciones
para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Lecrura Evangelio según San Lucas 1, 26-38
26 En el sexto mes (de embarazo de Isabel), el ángel Gabriel fue enviado a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen que estaba comprometida con un hombre llamado José, un descendiente del rey David. El nombre de la virgen era María. 28 Entrando donde ella estaba, el ángel le dijo: “¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo”.
29 Pero María quedó confundida a causa de estas palabras y se preguntaba qué significaba ese saludo. 30 Entonces el ángel le dijo:
“No tengas miedo, María, porque has encontrado gracia delante de Dios. 31 he aquí que quedarás embarazada y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. 32 Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor, Dios, le dará el trono de su antepasado, el rey David. 33 Él reinará sobre los descendientes de Jacob, y su reino no tendrá fin”.
34 Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo podrá suceder esto, si soy virgen?”
35 El ángel le respondió:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por tanto, el niño será llamado santo e Hijo de Dios. 36 he aquí que tu pariente Isabel ha quedado embarazada a pesar de su vejez. Es ya el sexto mes para ella, quien era llamada estéril, 37 porque nada es imposible para Dios”.
38 Entonces María respondió: “He aquí la esclava del Señor; que se haga conmigo según tu palabra”. Y el ángel se fue.
Lectura. ¿Qué dice el texto?
El relato de la Anunciación presenta el momento central en el que Dios inicia plenamente su obra de salvación al entrar en la historia humana a través del “sí” de una joven de Nazaret. El ángel Gabriel anuncia a María que ella ha sido elegida gratuitamente —no por méritos propios, sino por la gracia de Dios— para concebir al Salvador. La expresión “llena de gracia” señala que en María la acción de Dios ya obró de modo pleno: es la mujer renovada por la gracia, preparada para ser la Madre del Hijo de Dios.
El anuncio provoca en María confusión y temor, lo cual deja ver su verdadera humanidad. No comprende del todo lo que sucede, pero tampoco rechaza ni se encierra en el miedo. Pregunta con sinceridad, desde la fe. Ante su inquietud, el ángel responde revelando que la concepción del niño no será obra humana, sino del Espíritu Santo: Dios mismo actuará en ella, y por eso el niño será “Santo” y “Hijo del Altísimo”. El anuncio retoma las promesas hechas a David: este Hijo tendrá un reinado eterno y será el cumplimiento del deseo más profundo del pueblo de Israel.
El ángel también le da un signo: Isabel, la estéril, ha concebido. El mensaje es claro: la fidelidad de Dios supera toda frontera humana, y su poder actúa allí donde parece imposible. La frase “nada es imposible para Dios” resume la lógica del Evangelio: la salvación es don divino que transforma la fragilidad y la hace fecunda.
Finalmente, la respuesta de María —“Hágase en mí según tu palabra”— es el punto culminante del pasaje. La Iglesia ve aquí la perfecta actitud del creyente: apertura total a la voluntad de Dios, confianza sin reservas y entrega libre. Con su “sí”, María se convierte en la nueva Eva, la mujer que coopera plenamente con la obra de la redención. El misterio de la Encarnación comienza en ese instante: Dios entra al mundo porque una mujer creyó, escuchó y se abrió a la gracia.
Meditación. ¿Qué nos dice Dios en el texto?
El relato de la Anunciación nos muestra una verdad que atraviesa toda la historia de la salvación: es Dios quien da el primer paso. No es María quien busca a Dios, sino Dios quien entra en su vida con una propuesta inesperada. Ella vive en Nazaret, un pueblo sin prestigio, casi un lugar de descarte. De hecho, en tiempos de Jesús se decía con ironía: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46).
Sin embargo, justamente allí —en el sitio menos probable, en la vida de una joven sencilla y desconocida— Dios inicia la redención del mundo. Como dice el Papa Francisco, “Dios ama sorprender, y suele actuar desde lo pequeño, lo oculto, lo que el mundo descarta”. La elección de María y de Nazaret revela que la mirada de Dios no se detiene en el poder, la fama o la importancia social, sino en la humildad, la pureza del corazón y la capacidad de abrirse a Él.
Cuando el ángel la saluda, María queda desconcertada. No se siente digna, no comprende cómo podría ser parte de algo tan grande. Sin embargo, Dios ve en ella lo que ella misma no alcanza a ver. Como recordaba Benedicto XVI, “Dios no mira la apariencia; Dios mira el corazón, y en el corazón de María vio la respuesta perfecta”.
Dios tiene más fe en nosotros que nosotros mismos, porque sabe lo que puede hacer en quienes se dejan amar y guiar. Por eso el ángel la invita a no tener miedo: aquello que parece imposible será obra del Espíritu Santo. La maternidad de María no nace del esfuerzo humano, sino de la iniciativa divina que transforma la fragilidad en fecundidad. Su “Hágase” abre la puerta al milagro de la Encarnación.
Esta dinámica se repite en nuestra vida. También nosotros vivimos en nuestras “Nazaret”: lugares de rutina, de pequeñez, de heridas o de falta de claridad sobre el futuro. Sin embargo, Dios visita nuestras zonas más humildes y nos llama a participar de un propósito mayor del que podemos imaginar. San Juan Pablo II decía: “Cada uno ha sido pensado y llamado para una misión única e irrepetible”.
Si María nos enseña algo, es que el sí dado desde la pequeñez permite que Dios haga maravillas, incluso en circunstancias que parecen insignificantes. Que Jesucristo haya nacido en Nazaret y no en un centro político o religioso es un mensaje permanente: la esperanza nace desde abajo, desde lo simple, desde lo oculto, desde lo que el mundo desprecia.
Más de dos mil años después, Jesús continúa siendo faro de esperanza para la humanidad. Ella dio su “sí”, y gracias a ese acto humilde la luz de Cristo sigue iluminando nuestros días, nuestros miedos y nuestras batallas. El hijo que nació en un pueblo despreciado transformó la historia y sigue transformando vidas. Su presencia nos recuerda que Dios puede sacar vida de la aridez, belleza de la pobreza y caminos nuevos donde creíamos que no los había.
La Anunciación es, entonces, un espejo donde podemos ver nuestra propia historia: Dios nos busca, nos habla, cree en nosotros y nos invita a confiar. Si nos abrimos a su palabra, si le entregamos nuestro “hágase”, Él podrá realizar cosas impensadas, no por nuestras fuerzas sino por su Espíritu que siempre actúa en lo pequeño para cambiar lo grande.
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Preguntas para la reflexión:
• ¿Qué “Nazaret” de mi vida —lugares pequeños, heridas, inseguridades, situaciones humildes— está siendo visitado hoy por Dios?
• ¿Qué miedos me impiden creer que Dios tiene un propósito mayor para mí, incluso más grande del que puedo imaginar?
• ¿En qué área necesito decir con más confianza: “¿Hágase en mí según tu palabra”, dejando que Dios haga lo imposible?
Oración. ¿Qué le decimos a Dios?
Señor,
así como buscaste a María en la sencillez de Nazaret,
ven también a mi vida y hablame al corazón.
Vos sabés mis miedos y mis limitaciones,
pero también sabés lo que puedo llegar a ser contigo.
Dame la fe para creer que nada es imposible para Vos
y la humildad para decir, como María:
“Que se haga en mí según tu palabra.”
Transformá mi pequeñez en lugar de gracia
y condúceme al propósito que preparaste para mí.
Amén.
Contemplación. ¿Cómo interiorizamos la Palabra de Dios?
“No tengas miedo, María, porque has encontrado gracia delante de Dios”.
Acción. ¿A qué me comprometo con Dios?
Hoy voy a elegir conscientemente un aspecto de mi vida donde me siento pequeño, limitado o inseguro —mi “Nazaret”— y lo voy a presentar a Dios con esta oración breve:
“Señor, te entrego esto. Hacé Tu obra en mí.”
Después, realizaré un gesto sencillo que exprese disponibilidad a la voluntad de Dios:
puede ser un acto de servicio en casa, un mensaje de aliento a alguien que lo necesita, o un perdón ofrecido en silencio.
Lo importante es que ese gesto sea mi “hágase” concreto, una señal de que quiero abrirme a la gracia como María.
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